
Un día Sebastián se acercó al árbol y la sacudió una vez apareciendo ante sus ojos unas monedas de bronce.
-¡Vaya! Con esto voy a comprar una azada para labrar el campo.-dijo Sebastián.
Al día siguiente volvió a agitarlo, pero en esta ocasión dos veces, y le aparecieron unas monedas de plata.
-¡Qué bien! Con esto voy a comprar unas semillas para plantar en el campo.- dijo Sebastián.
Al día siguiente volvió para sacudirla, pero en esta ocasión tres veces, y le aparecieron unas monedas de oro.
-¡Estupendo! Con esto voy a comprar un tractor para trabajar el campo.-dijo Sebastián.
Sebastián estaba contento, pero sintió la necesidad de más. Allí se encontró a un hombre que se hacía llamar Augusto, estaba apoyado al árbol como si estuviese custodiándolo.
-Buenos días, buen señor.- dijo Sebastián.
-Buenos días, ¿qué has venido a hacer aquí, chico?- dijo Augusto.
-He venido a por más monedas de oro.- dijo Sebastián.
-Que sepas que no siempre se consigue lo que uno quiere, ¿no tienes suficiente con lo que tienes en estos momentos? –dijo Augusto.
-Bueno, nunca viene mal un poco más.-dijo Sebastián.
-Pues adelante, no voy a ser yo quien te quite esa ilusión, pero luego no digas que no te he advertido. –dijo Augusto.
Sebastián se acercó al árbol y la sacudió tres veces, pero en esta ocasión no apareció nada, volvió a probar, pero sin ningún resultado.
Miró a su alrededor, pero el hombre llamado Augusto había desaparecido. Desilusionado, volvió a casa para empezar con su tarea en el campo, pero se encontró con que habían desaparecido la azada, las semillas y el tractor.
MORALEJA: La avaricia rompe el saco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario