Descubrí una roca plana en una playa cercana a mi hotel.
Sentí que era especial. Me aproximé a ella y recorrí mi mano por la suavidad de
sus formas. Al conseguir ponerme frente a ella, me tumbé boca arriba y me
permití el lujo de mantener mi mente en blanco. El agua del mar, al chocar
contra las rocas, salpicaba mis mejillas y mi cuerpo semidesnudo. Un bikini
minúsculo tapaba las partes más sugerentes de mi cuerpo. La fresca brisa
evocaba en mi, recuerdos apenas olvidados por el tiempo. Esas vivencias lejanas
que se mantienen en un rincón de la mente, pero que solo se despiertan con
pequeños estímulos sensitivos. Me incorporé unos centímetros y observando el
horizonte pensé en lo poco que echaba de menos ciertos aspectos de mi vida.
La bravura de las olas no dejaban que mis ojos alcanzaran
una visión más nítida del horizonte. Se asemejaba bastante a las sensaciones encontradas
que experimentaba mi cuerpo desde hacía varios meses. Abrí los ojos. Un cuerpo
varonil tapaba todo atisbo de luz solar. Una sonrisa se dibujó en mi rostro.
Llevaba tiempo esperando ese momento. El cosquilleo que me recorrió el vientre,
afianzó un sentimiento que nació entre los dos e iba creciendo a medida que
pasaba el tiempo.
Estas vacaciones no estaban pensadas para conocer un lugar
recóndito del mundo. Ni siquiera para descansar de una vida sosa y rutinaria.
No… Por fin conocía al amor de mi vida. Un amor que nació de las palabras… No
sabía si perduraría en el tiempo. Lo único que podíamos hacer, era vivir cada
minuto intensamente…
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