Sentí como el corazón se me desgarraba. Los sentidos
embotados surgieron desde un hondo pesar que se concentro en todo mi cuerpo.
Recostado como estaba, en esas sillas incómodas diseñadas seguramente para un
despache rápido, dirigí mi cabeza hacia delante. Mis manos la sujetaban
intentando aplacar un sentimiento incómodo. Sentí la necesidad de levantarme y
gritar. Solo veía borrosas batas de color deambulando por la sala de espera.
Mis ojos vidriosos observaron como un niño, apenas recién nacido, lloraba en
brazos de una mujer cansada, Seguramente llevaba sentada en esa silla horas. La
sanidad decaía por momentos. Los servicios estaban descompensados. Pocos
médicos y demasiados celadores y enfermera/os. Pasé de la pena a una furia
interna provocado por una falta de
incompetencia. Mis manos entrelazadas luchaban por no separarse. Sentí la
necesidad de preguntar. Su niña, su pequeña Amanda había ingresado de urgencia
hacía tres horas. La espera, tediosa, se estaba alargando. No podía evitar
sentirme preocupado. Me levante decidido y me dirigí al mostrador de urgencias…
- Disculpe, por favor, ¿podría decirme como está mi hija?
Amanda Ramos. Llevo tres horas esperando
y quisiera saber si está todo bien.
- Si, Amanda se encuentra estable. Se complicaron las cosas
y tuvieron que operarle de urgencias. Preguntaron por usted en la sala de
espera pero no le pudieron localizar. En breve le llamarán para que pueda
verla.
-¡Vaya! ¿Está segura de eso? Sólo me he ausentado dos veces.
Ya no me escuchaba. Me sentí mal por no haber estado en ese
momento pero no entendí que no me hubieran buscado. Me senté y seguí esperando…
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